
Supay | Terror | 90”
Director: Juan Sebastián Torales
Produce: Twins Latin Films (Argentina)
Status: Desarrollo
Storyline
José, un director de cine sediento de reconocimiento, es invitado a una ciudad balnearia decadente a una gala en la que su película es la protagonista. Una vez allí, su salud comienza a deteriorarse y sus días se transforman en una pesadilla sin fin: paranoia, alucinaciones, José se cree maldecido por SUPAY, el diablo del norte de Argentina del que habla su película. El día del estreno, todos sus fantasmas cobran vida.
JOSÉ SE CREE MALDECIDO POR SUPAY,
EL DIABLO DEL NORTE DE ARGENTINA
DEL QUE HABLA SU PELÍCULA.
Santiago del Estero, norte de Argentina, “La madre de ciudades”, es la ciudad más antigua del país, y la cuna de la cultura y las tradiciones ancestrales. Las afueras de la ciudad capital se caracterizan por ser zonas de una naturaleza hostil a la que se le otorgan poderes sobrenaturales.
Entre las más destacadas está la leyenda del Supay, el diablo que vive en el monte. Según el mito, si un mortal elegido se pierde en esta naturaleza hostil se encuentra cara a cara con Supay y este le propone un pacto. El diablo le otorga un poder absoluto, pero a cambio obtiene su alma.
La leyenda de Supay está en boca de todos. En las zonas rurales mucha gente lo ha visto y le temen. En Santiago del Estero se dice que muchos artistas talentosos, músicos, bailarines o pintores hicieron un pacto con Supay para obtener el talento que los hizo famosos. A través de este mito, Supay pone en escena la futilidad del mundo del espectáculo, la vanidad y la hipocresía en la esfera del arte.
La mayoría de nosotros en algún momento de nuestras vidas, nos hemos preguntado:
¿Merezco todo lo que me esta pasando? Ya sea lo bueno o lo malo. Muchas veces acudimos a explicaciones que pueden ir de lo terrenal hasta lo esotérico, y por que no, lo diabólico.
-
José, 40 años, director de cine, filma su primera película en torno a la figura del SUPAY, el diablo de la mitología popular del norte argentino. Una temática que lo obsesiona luego de haber atravesado un largo proceso de duelos y oscuridades internas.
Después del estreno en un prestigioso festival, su obra, anunciada como favorita, no gana ningún premio. José está devastado, pero sediento de un reconocimiento, toma un avión a una ciudad balnearia donde es invitado a proyectar su ópera prima, en una gran gala a beneficio donde será homenajeado.
En el avión se siente mal. Fiebre y dolores corporales lo debilitan desde hace semanas. Su hermano, Santiago, 50 años, médico, que lo acompaña especialmente para la ocasión, le recomienda calmarse y bajar el ritmo. Enceguecido por su ambición, José asiente, pero no parece escucharlo.
Al llegar, una gran decepción: el lugar no es tan paradisíaco como José imaginaba. La ciudad es un tanto decadente y tiene una particular reputación: la presencia de cocodrilos en los alrededores. Las apariciones son frecuentes y casi naturales para sus modestos habitantes. El hotel en donde se hospedan es un falso 4 estrellas, un caos de gente y niños.
En su estrecha habitación, José trata de concentrarse para escribir su próxima película, pero la inspiración no llega. Por si fuera poco, se entera de que un director multipremiado, Martin, 40 años, está invitado al mismo tiempo que él para presentar su más reciente éxito: un film sobre la vida de un barrabrava trans de fútbol. José no puede evitar sentirse nuevamente invisibilizado, en la sombra.
El equipo de organización de la gala deja mucho que desear. Todo el evento parece improvisado, lleno de situaciones absurdas. Confunden a José con su hermano, creen que son pareja, pocos conocen el título de su película, y a pesar de que será proyectada en la sala más grande de la ciudad, esto parece ser la última de las preocupaciones del staff.
Jose sufre en silencio. La fiebre y sus malestares se intensifican. Durante la noche, las pesadillas lo sumergen en el bosque en el que filmó su película, donde un ser oscuro y demoníaco lo observa de manera inquietante, gruñendo. En uno de estos insomnios, se encuentra a Martin en el bar del hotel. Ambos intercambian vivencias sobre sus películas y terminan en un encuentro fogoso en su habitación.
Durante el día, José es perseguido por los mismos gruñidos bestiales, en un limbo febril y recurrente. En el spa del hotel, durante un tratamiento de hidromasaje, una sombra lo observa amenazante. En un ruidoso mercado del centro de la ciudad, una bruja ciega le revela que su película ha abierto una puerta peligrosa, que está maldito.
La gala se acerca a grandes pasos. Las situaciones incómodas con el equipo de organización del evento continúan sucediéndose una detrás de otra. La salud de José se deteriora. Su hermano trata de relativizar y aliviar la situación como puede. Pero obstinado en negar la fragilidad de su salud, José comienza a convencerse de que todo es fruto de una maldición, un estigma. Que con su película entregó su alma al diablo.
Jose sufre en silencio. La fiebre y sus malestares se intensifican. Durante la noche, las pesadillas lo sumergen en el bosque en el que filmó su película, donde un ser oscuro y demoníaco lo observa de manera inquietante, gruñendo. En uno de estos insomnios, se encuentra a Martin en el bar del hotel. Ambos intercambian vivencias sobre sus películas y terminan en un encuentro fogoso en su habitación.
Con días sin dormir, sus nociones entre la realidad y el sueño se vuelven cada vez más difusas. En una de sus crisis descubre que Martin, su némesis multipremiado, nunca estuvo en la ciudad. Su paranoia aumenta. Sueña con él y su encuentro sexual, pero despierta por la mañana en los brazos de su hermano, entre caricias, como si fuera su pareja.
José busca liberarse de esa imagen desesperante y huye de su habitación apresuradamente.
En el hall del hotel, tropieza estrepitosamente con un juguete golpeándose la cabeza, y es llevado al hospital.
Al despertar, un grupo de médicos y enfermeros lo rodea preocupado en una habitación. El silencio es solemne. Está claro que tienen algo serio que anunciarle. Pero antes de que digan una palabra, débil y confuso, José puja por levantarse. Siente que necesita asistir a todo precio a la gala y recibir por fin su premio. Intentan calmarlo y sujetarlo a la cama, José forcejea. Su hermano entra en la habitación, intercede y logra liberar a su hermano.
El evento es en un centro universitario, en las afueras de la ciudad, muy conocido por sus estudios de fauna local y su enorme reptilario lleno de enormes cocodrilos. El viaje transcurre con las últimas luces del atardecer por un camino rural, atravesando una zona que luce empobrecida e insegura. Una tormenta se avecina. Al llegar, los recibe un grupo de desconocidos que organizan el evento. La situación es extraña, incómoda.
Es evidente que el equipo busca retrasar el horario de la proyección: improvisan una entrevista, una reunión con las autoridades. La angustia de José está al límite. Tras una larga espera es llevado a través de un oscuro pasillo al escenario de la gran sala de proyección. Unas pocas personas ocupan los asientos. El lugar está casi vacío.
Comienza así una ceremonia larga y aparatosa: discursos ridículos, silencios incómodos y pocos aplausos. Todo parece una pesadilla sin fin e incongruente. Al mismo tiempo, los organizadores intentan llenar la sala con los propios empleados del lugar. Mucamas, guardias, jardineros y el encargado del reptilario incluido, que en su desganado apuro por obedecer esta orden de sus superiores, olvida cerrar de forma segura la jaula de cocodrilos.
Finalmente le entregan a José su homenaje en reconocimiento, un triste diploma plastificado. Durante su discurso de agradecimiento, José hace un repaso sobre su estadía en la ciudad, pero se pierde en sus palabras y divaga. Comienza a hablar sobre una posible enfermedad que lo amenaza frente a un público perplejo de 20 personas. Mientras habla y cobra un febril entusiasmo, los gruñidos bestiales que lo han perseguido durante días, toman al fin forma. Una horda de cocodrilos comienza a devorar a todos los presentes. La sangre fluye. José, sonriente, puede al fin iniciar la proyección de su película.
En la pantalla, el título del film se salpica con sangre. Supay.






SUPAY es una obra que se encuentra en el cruce de varios géneros: horror, comedia, drama, pero sobre todo como una posibilidad de sumergir al espectador en una pesadilla en vida.
Las ideas surgen, en general, con el fin de transformar los síntomas en obra.
Para poder construir este submundo alterado por la psiquis fracturada del protagonista, se busca alejarse de todo tipo de referencia visual y conectar con la experiencia personal, la crudeza de lo vivido, lo encarnado, lo que pasa por las entrañas. También se parte de las circunstancias que atraviesan la vida artística en el momento presente, lo que inspira, lo que rodea en ese instante. Por ejemplo, luego de haber hecho una trilogía de cortometrajes rodada íntegramente en la naturaleza donde se creció (el monte santiagueño), y un largometraje dedicado a ese paisaje, esta vez es momento de dejar todo eso de lado y conectar con lo urbano.
La arquitectura brutalista, las ciudades balnearias decadentes, los hospitales, los barrios periféricos. Era una evidencia que SUPAY tendría su punto de anclaje en el monte, pero que la historia sucedería en este tipo de arquitecturas cimentadas, compartimentadas, fuera de tiempo, monstruosas, y que pueden aportar un importante ingrediente visual a este universo pesadillesco.
La historia de SUPAY transcurre en una ciudad balnearia. Un microcosmos fuera de tiempo que tiene, a la vez, la turbulencia y la quietud (inquietante) del mar. Por ejemplo, La Manga, en Murcia, España, es una localidad encrucijada. El mar rodea la ciudad, como una amenaza constante. Este tipo de paisaje resulta ideal para el film porque hace eco con la psiquis de José, en alerta constante. Amenazado desde todos los frentes, o al menos desde su paranoia creciente.
Si bien SUPAY es una película con muchos ingredientes de género, se busca despojarla de todo tipo de referencias a este cine, e ir a lo esencial. Sin necesidad de escenas nocturnas, efectismos artificiales ni grandes orquestaciones musicales. Esta sobriedad de artificios encuentra su contrapunto en la puesta en escena.
Una de las cosas más disfrutables en el set es manejar la distancia entre los personajes y el objetivo. En SUPAY, la cámara es indiscreta, se mete entre los personajes. Los encuadres se componen con múltiples cuerpos, los decorados son intrincados, como laberintos. Cada imagen está compuesta por varias capas con acciones diferentes. Las imágenes con poca profundidad de campo proliferan, para que el juego de capas cobre una vida fantasmagórica. Todo esto se alterna con planos amplios que muestran a la vez la inmensidad y la quietud amenazante que rodea a José.
A diferencia del primer largometraje, ALMAMULA, un film intimista, tímido, centrado en la cabeza de un adolescente culposo, SUPAY es más una obra polifónica, con muchos más personajes, no solo en la pantalla sino también fuera de ella. Sin olvidar las múltiples voces en la cabeza del torturado personaje principal.
El universo sonoro del film está marcado por una composición sensorial más que musical. Por un lado, el agua en todos sus estados: el agua del mar que rodea la ciudad, el agua del spa y la piscina del hotel, acunan e hipnotizan a lo largo del film. En contrapunto, el uso de sonoridades más agresivas y completamente desconectadas de la ciudad balnearia aporta el desequilibrio ligado a la neurosis de José. Por ejemplo, el lugar alberga al mismo tiempo que el festival de cine un gran evento de carrera de Fórmula 1, no muy lejos de la urbanización.
El sonido del acelerador de los autos se escucha lejano pero amenazante, omnipresente día y noche en la ciudad, como una máquina que avanza destruyendo todo a su paso. Los gruñidos de la bestia que acecha a José son sonidos guturales. Una yuxtaposición de sonoridades animales con las frecuencias más graves posibles para hacer temblar las salas. Las conversaciones fuera de campo también formarán parte del tratamiento sonoro, aportando mayor confusión a la realidad de José. No solo serían las voces del universo que lo rodea, sino también las voces en su cabeza.
Solo las escenas del reptilario tendrán cocodrilos de verdad. Para los cocodrilos de la escena final, en la sala de proyección, se usarán efectos mecánicos: colas de cocodrilo, litros de sangre, efectos sonoros, puertas que se abren y cierran, coreografía actoral. Ningún tipo de efecto digital será utilizado.
Finalmente, la criatura, el SUPAY, es como el resto de la película, desprovista de todo artificio. No se representará con efectos digitales. Será interpretado por un actor de complexión robusta. Su cuerpo cubierto con un traje símil piel de cocodrilo y unos cuernos gigantes que se asemejen a las colas del mismo animal. Sus apariciones se basarán en sombras, siluetas, insinuación de partes de su cuerpo y efectos sonoros. Apariciones que se apoyarán más en la sugestión que en la exposición.
A diferencia del universo contenido de ALMAMULA, SUPAY se revela como un film extraño, liberador y sin límites. La pesadilla ideal.
JUAN SEBASTIÁN TORALES. Nacido en Santiago del Estero, Argentina. A los 25 años, luego del estreno de su cortometraje LA CROIX (2006) en el Festival internacional de Mar del Plata, Juan se instala en París, donde se especializa como montajista de documentales para cadenas como ARTE, CANAL +, FRANCE 5. En el cine se destaca como primer asistente de dirección en películas como TEMBLORES, (2016) de Jayro Bustamante. En 2019 inicia la “Trilogía del Monte” en su ciudad natal, con los cortometrajes SACHA (2019), MACO (2020). Antes de concluirla, escribe y dirige su primer largometraje ALMAMULA (2023) (estreno mundial en la 73° BERLINALE, nominada al premio GWFF y al TEDDY AWARD - Mejor opera prima Festival Inside Out TORONTO - Mención especial del Jurado 59 Festival Internacional de CHICAGO - OSLO Fusion y MIAMI Outshine). En 2025 concluye su trilogía de cortometrajes en Santiago del Estero con HUASI. Actualmente desarrolla su segunda película, SUPAY.
